jueves, 27 de diciembre de 2007

Museo del Tiempo. Entrevista El Cultural (El mundo)

EL CULTURAL. EL MUNDO. Liz Perales lperales@elcultural.es

http://www.elcultural.es

1.- ¿Cómo describiría y definiría su trabajo?

Describirse y definirse a uno mismo, de partida, resulta patético y muchas veces un acto de vanidad, casi terapéutico. No se, que lo diga el otro. Como mucho, consigo algunos días describirme / narrarme a mi mismo delante del espejo con el cepillo de dientes. Podríamos concluir diciendo ...que es el trabajo de un maestro de escuela que un día tuvo la suerte que alguien le escuchara y pudo descubrir el universo encerrado en esos materiales escolares. Un trabajo enriquecido con la generosidad de los niños a los que sólo hay que escucharles. Ahí comprenderás su capacidad de sorpresa, su ser resistente, su capacidad de caminar hacia adelante...vamos que nos devuelve al adulto todo lo que con el tiempo abandonamos. Tal vez por eso esta sociedad cada vez mira de lado a los niños y ancianos.

2.- ¿Cuál es la idea principal que lo anima y qué valor tienen los objetos usados en él?

El material escolar denominado, "Artilugios para contar y crear historias" surgió con el ánimo de acercar el libro, la escritura creativa y el hábito de escuchar a la infancia. Hay una idea que con el tiempo ha ido adquiriendo más fuerza..... la narración. La narración como actividad fundamental en la escuela y fuera de ella: vivo cuando narro. Como un instrumento de comprensión del mundo y un tiempo de vida. Además, fíjate. Si cualquiera de nosotros recuerda a su maestro de escuela es por la manera que narraba el conocimiento, la historia, las matemáticas. Debemos inventar en los centros de enseñanza y en la formación del profesorado la asignatura de NARRAR EL CONOCIMIENTO.

En cuanto a los objetos, estos se erigen en la prueba evidente de que "fui testigo de lo que cuento". El la prueba que me exige el oyente. La presencia del objeto en la escuela, en la escena me permitió crear un silencio, una disposición a escuchar una historia que jamás hubiera conseguido de otra manera, y menos siendo un fatal actor, con mala memoria y con un miedo escénico enfermizo.


3.- ¿Qué distingue a sus exposiciones de lo que habitualmente se entiendepor ello? Explíqueme, por ejemplo, cómo estaba concebida Artilugios (elementos que participaban en ella).

Mis exposiciones pretenden escapar de la contemplación consumista del arte. Como mínimo " un diálogo de silencio con el objeto". Después, la palabra del narrador/guía de la exposición creará un nexo de comunicación con el usuario de este trabajo, ya sea niño, adulto.... dado que tiene diferentes niveles de mirada y lectura. En los diferentes espacios expositivos de Europa donde se ha visto mi trabajo, las personas responsables de llevar mi trabajo me han planteado la pregunta .¿cómo hacemos llegar tu trabajo al público, a las diferentes realidades sociales?. Y de esta pregunta tenía que salir un camino de encuentro que , evidentemente, superara las actividades a la que nos tienen acostumbrados nuestros grandes espacios de exposiciones donde el niño al final del camino sale con el recortable de turno, el dossier cargado de buenas intenciones, la obra de teatro de tema relacionado con la exposición..... Vamos que sólo les interesa utilizar al niño como estadística.


4.- ¿Cómo y cuándo su trabajo adopta forma teatral?

La carga de artes escénicas que contiene mi trabajo toma cuerpo , primero en una primera fase en el Teatro Piccolo de Milán donde mi invitan a realizar una instalación teatral sobre mis artilugios. Y después, de una forma más rotunda por su producción, a través de Carles Alberola y Toni Benavent (Albena Teatre) cuando después de visitar mi exposición en la Biblioteca Valenciana de San Miguel de los Reyes deciden llevar a cabo "Artefactes" en compañía de Babia C.B.

Su mirada y comprensión de mi trabajo me hizo animarme a realizar este paso que ya había recibido otras propuesta en el mismo sentido, pero a las cuales no me había sentido próximo. Vamos y cometieron la locura de hacer un espectáculo para 70 niños y lanzarnos a publicar un libro con Kalandraka....


5.- ¿Qué es el Museo del Tiempo? ¿Qué lo inspira? ¿Cómo se organiza? ¿Cómo participan los niños? ¿Es un proyecto de dimensiones internacionales?

El Museo del Tiempo es un proyecto que surge una vez más a partir de un objeto/material escolar denominado "Reloj encontrado entre los escombros de una casa en ruinas" y que fue posible por la producción del Centro Cultrural de Belem (Lisboa). Parte de una pequeña narración que contiene el reloj al que aludí anteriormente:" Nos quieren quitar el presente, el futuro que no existe y además el pasado. Hay una solución: enterraremos en nuestra ciudad un objeto del pasado que contenga un recuerdo muy importante. De esa manera nadie nos podrá quitar esta memoria. Durante el festival de Teatralia 2005, 8 niños de Alcalá de Henares: Melanie, Cristina, Roberto, Guillermo, Alberto,Tomás, Jossef y Miriam enterrarán en siete lugares de la ciudad sus objetos: una baraja, un pañuelo, una foto, un muñeco playmobil, unas piedras marinas y un reloj. Además, la editorial Kalandraka ha publicado un libro-caja con un mapa. El mapa de Alcalá de Henares donde se indica los lugares donde se enterraron los objetos de estos niños y la memoria que encierra. Como dice Manuel Delgado mejor que yo: "Se plantea con frecuencia la discusión sobre cual es el papel que debe ocupar la memoria en el diseño de las ciudades modernas. Frente a esta cuestión, nuestras autoridades políticas y urbanísticas optan por la generación de espacios sin identidad –los famosos no-lugares que tan bien encarnan los centros comerciales, por ejemplo– o por la disposición de escenarios que presumen ser memorísticos y evocadores, pero que no son luego en realidad otra cosa que barrios museificados –es decir, momificados–, que se presumen históricos, aunque su característica es que la historia –la vida, la lucha, el conflicto– ha sido expulsada definitivamente de ellos. Por no hablar de la manera como se siembra todo espacio urbano de monumentos destinados a hacerle recordar al habitante y al transeúnte lo que debe ser recordado.

El trabajo de José Antonio Portillo es una magnífica oportunidad para pensar acerca de esas cosas.

Restos y Rastros. Museo del Tiempo

RESTOS Y RASTROS

Manuel Delgado

Se plantea con frecuencia la discusión sobre cual es el papel que debe ocupar la memoria en el diseño de las ciudades modernas. Frente a esta cuestión, nuestras autoridades políticas y urbanísticas optan por la generación de espacios sin identidad –los famosos no-lugares que tan bien encarnan los centros comerciales, por ejemplo– o por la disposición de escenarios que presumen ser memorísticos y evocadores, pero que no son luego en realidad otra cosa que barrios museificados –es decir, momificados–, que se presumen históricos, aunque su característica es que la historia –la vida, la lucha, el conflicto– ha sido expulsada definitivamente de ellos. Por no hablar de la manera como se siembra todo espacio urbano de monumentos destinados a hacerle recordar al habitante y al transeúnte lo que debe ser recordado.

El trabajo de José Antonio Portillo es una magnífica oportunidad para pensar acerca de esas cosas, esto es sobre cuál es hoy el lugar de la memoria o cómo la memoria siempre tiende a encontrar su sitio. No voy a insistir en las cualidades creativas del trabajo de Portillo. No me corresponde y además están a la vista. Hay un trabajo de especulación formal cuyo valor se me antoja indiscutible y un diálogo con la belleza que recorre toda la obra de este creador, pero esos son aspectos que seguro que cuentan con mejores glosadores que yo.

Lo que creo que me corresponde, desde el punto de vista de las ciencias sociales de la ciudad, es más bien subrayar lo que implica este juego a que José Antonio ha invitado a estos muchachos, de marcar la relación íntima entre sitio y cosa, entre objetos supersaturados de resonancias evocativas y puntos del mapa urbano no menos cargados de significación emocional. El mérito de la propuesta de Portillo es no sólo es estéticamente remarcable, sino que resulta al mismo tiempo éticamente pertinente, sobre todo en los malos tiempos que corren para las líricas urbanas, es decir para el derecho que todos tenemos a poetizar nuestra ciudad, que es toda ciudad en que vivimos o por la que pasamos.

El talento de José Antonio Portillo ha sido el de procurar una siembra –literalmente– de memoria, pero haciéndolo no ha hecho sino conceptuar y elevar a la calidad de explícitamente creativo un acto que es en realidad cotidiano. Es decir, formaliza, da volumen y remarca, algo que ya hacemos, que hemos siempre, todos, constantemente. El trabajo de memoria en que Portillo ha complicado a sus jóvenes colaboradores es el nuestro, tanto como el suyo. Porque en eso consiste habitar o transitar las ciudades, en convertirnos en seguidores de rastros propios y ajenos, recuperadores de restos que suman, puesto que son vidas vividas por otros que todo paseante o merodeador recoge y asume. Eso, y no otra cosa, es eso a lo que llamamos ciudad.

La propuesta de Portillo –repito: estética, pero también moral y política– lo que hace es escenificar cómo funciona y qué es la memoria colectiva. Atención: no común, sino colectiva, en el sentido de que es una memoria compartida pero no idéntica, puesto que cada persona la enhebra con los mismos elementos del paisaje, pero de manera siempre distinta, de manera que la memoria de cada cual continua en la memoria de los demás. Esa memoria colectiva –la memoria urbana por excelencia– se opone sobre todo a la memoria oficial, esa memoria que orienta las grandes políticas monumentalizadoras, la que distribuye estatuas y nombres de calles, la que tematiza los centros urbanos para convertirlos en mausoleos para turistas.

Esa memoria colectiva de la que el trabajo de Portillo y sus jóvenes colaboradores es ilustración trabaja como propone y dispone José Antonio: poetizando, o, lo que es lo mismo, localizando, dotando de memoria el cruce entre dos itinerarios. Es esa memoria al mismo tiempo individual y coral la que hace que lo urbano sea urdimbre de caminos e intersecciones, con los que cada cual levanta sólo o en compañía su propio mapa de la ciudad, que puede coincidir con los otros planos en sus puntos de referencia, pero no en su organización. Esa memoria urbana es fractal y atómica, dispersa e inestable, y es justamente esto lo que le permite ser hasta tal punto integradora. La memoria oficial, en cambio, quiere ser memoria orgánica, memoria reducida, central, unificada.

Estoy hablando de memoria urbana, aunque de hecho no existe propiamente una memoria urbana. Existen memorias urbanas, o en cualquier caso una memoria al mismo tiempo compartida y diseminada, una polifonía de pasos que sigue todo tipo de rastros en todas direcciones y a toda hora, un único mecanismo interactivo que manipula los mismos elementos cronológicos y topográficos de una forma infinitamente diversa.

Es una multitud inmensa de niños y de niñas como los que ha convocado Portillo –y de hombres y de mujeres, y de viejos y viejas, y de extranjeros y de lugareños– la que penetra y coloniza el espacio abierto de la ciudad con innumerables memorias. Es la inteligencia secreta de esa masa viva la que llena de monumentos la ciudad, invisibles para quienes no los han erigido, enterrados como estos de Portillo –enterrados a veces no en lo hondo, sino en la superficie misma de las calles y las paredes–, monumentos sólo perceptibles a veces desde la memoria personal o grupal que los identifica y, haciéndolo, se identifica. Cada uno de sus lugares-reminiscencia es, a su manera y para quien en ellos ata el pasado y el presente, una suerte de centro que, a su vez, define espacios y fronteras más allá de los cuales otros seres humanos se definen como otros con relación a otros centros y a otros espacios.

Esa es la ciudad real, la de carne y hueso. Universo de los lugares sin nombre, archivos secretos y silenciosos, relatos parciales de lo vivido, recuerdo de gestas sin posteridad, marcos incomparables para epopeyas minimalistas para quienes sólo tienen su propio cuerpo, incapaces de pensar ni de pensarse si no es términos al mismo tiempo somáticos y topográficos. Frente a las ciudades espectaculares, conmemorativas, triunfales, falsas de los políticos y los urbanistas a su servicio, los practicantes secretos de lo urbano, como estos que Portillo ha comprometido con su proyecto, no hacen más que llenar las ciudades de monumentos clandestinos, marcas y muescas cada una de las cuales evoca un momento histórico, un encuentro al más alto nivel, una batalla terrible o incruenta, un recibimiento triunfal, una derrota, un levantamiento, un naufragio, una catástrofe o un portento, una defensa heroica, una aparición sobrenatural, un adiós para siempre. Registros escriturales polivalentes y palimpsésticos, acrósticos escritos con una caligrafía ilegible. Infinita superficie de inscripción de huellas innumerables, en que se marcan constantemente intrincadas correspondencias. Puerto y desembocadura de memorias. Las calles, las plazas, los parques, los vestíbulos de las grandes estaciones, los andenes del metro, incluso los triviales centros comerciales, están saturados de esa delirante lógica que suma y remueve toda la infinita red que forma lo inolvidable de todos, el murmullo y el clamor de las ciudades.

Compárense los grandes monumentos que las instituciones han levantado en las ciudades que administran, y comparémoslos con el laberinto de recovecos que Portillo y estos muchachos nos invitan a recorrer para que nos perdamos en él. Todo monumento oficial expresa la voluntad de hacer de cada espacio un territorio acabado, definido, irrevocable, puesto que es una expresión vicaria del Palacio, lugar cimero de la representación arquitectural del poder político. Por ello, todo monumento es ante todo eso, una erección, y una erección no sólo en el territorio, sino del territorio mismo.

Su función es la de proclamar una centralización intercambiablemente política y sexual: la monarquía absoluta y viril de lo Único. Se la da la razón a quienes han desvelado como la concepción formal de las ciudades siempre toma como modelo el cuerpo masculino, monárquico, organizado en torno al cetro o al falo. Esa es la ciudad de los grandes monumentos que se yerguen aquí y allá, la ciudad hecha dominio y hecha dinero. La ciudad fálica, el Poder, el Uno. En torno a él, no obstante –el mérito de Portillo es advertirnos de ello–, se multiplican inquietantes, se extienden infinitamente, todas las expresiones de la Potencia. Y es que a ras de suelo todo son intersticios, grietas, ranuras, agujeros, intervalos, escondites... La ciudad profunda y oculta, la república de lo Múltiple. Lo uterino de las ciudades.

Manuel Delgado (Profesor de Antropología de la Universidad de Barcelona )

José Antonio Portillo


Niños de todo el mundo convierten la tierra en un museo para conservar sus recuerdos.

En Macao (China), Sofia enterró sus zapatillas de ballet. En Viseu (Portugal), otros niños escondieron a 50 cm de profundidad sus objetos. Flavio su certificado de comunión, Margarida su pañuelo de algodón que necesitaba para dormir cuando era pequeña, Bárbara un lápiz que jamás quiso estrenar. En Evora (Portugal), Tiago su linterna China, Diogo un fósil de amonite, Denise su chupeta de bebé, la única que consiguió calmar su primer llanto. En Alcalá de Henares: Yossef los tres collares que le entregó su madre cuando se vino para España, Tomás la pelota que le permitió tener sus primeros amigos, Roberto la baraja de cartas con la que jugó durante muchos años con su padre que murió. En Nanterre: Sihem el pañuelo de su abuela, Hugo Jean un barco que hizo con su padre con cortezas de árbol, Léa una piedra que le dio mucha suerte. En Valencia: Amir un móvil de bebé, Edgar el DVD de su comunión, Sandra una camiseta de fútbol, Joan un muñeco de Buzz Lightyear, Fran una rana conservada en alcohol, Dani una foto y Nacho su colección de cochecitos en el mercado del Cabanyal. En Bilbao, Jurgi sepultó el calzado que le regaló su abuelo, Ekhiotz un gorila de peluche que le ayudó a superar su miedo y Zaika la bota que utilizaba cuando era pequeña. En otros muchos lugares y ciudades de todo el mundo, se siguen produciendo enterramientos como el de Sasha que enterró la Gran Enciclopedia de Estudiante que le regaló su padrino para que no olvidara la lengua de Ucrania cuando emigró a España. Son algunos ejemplos de los enterramientos producidos entre los años 2003 y 2007.

Durante ese tiempo, niños-as de diferentes ciudades han buscando en su memoria un objeto muy importante de su infancia. Un objeto que guardara un recuerdo, un tiempo pasado que no quisieran perder. Luego enterraron ese objeto en un lugar elegido por ellos, en su ciudad, para que nada ni nadie pudiese robar su tiempo pasado y así poder construir el Museo del Tiempo del Mundo.

A partir del 11 de Diciembre 2007, las compañías Albena Teatre y Tanttaka Teatroa irán mostrando por todas las ciudades y pueblos este Museo del Tiempo. Ahí podrán ver los espectadores el archivo donde se encuentran guardadas todas las memorias de los objetos enterrados, los objetos huérfanos de memoria, los objetos que fueron descubiertos accidentalmente y necesitan ser reparados y el lugar donde se realizan los trabajos para la organización del Museo del Tiempo. Al finalizar el espectáculo, cada niño recibirá una

ficha - carta donde se le invita a que el mismo busque en su memoria un objeto (la ayuda de los padres o adulto cercano al niño es de gran utilidad) para luego enterrarlo. Finalmente se solicita que sea enviada la foto o dibujo del objeto, un mapa donde se explique el lugar donde fue enterrado el objeto y una carta en la que se narre la memoria que está encerrada en el objeto que enterró. De esta manera todos los niños pueden formar parte, si lo desean, del proyecto de este Museo del Tiempo que se extiende por todo el Mundo.

Dirección: jportill2@gmail.com

Como parte de este proyecto, se publicó un libro”Museo del Tiempo”, editorial Kalandraka. En la edición aparece un mapa de las ciudades anteriormente indicadas donde se señala el lugar y el objeto enterrado, y en la parte posterior del mapa aparecen las fotos de los objetos enterrados y la memoria que encierran esos objetos.

Los autores de este libro Carmen Puchol (ilustradora) y J.A.Portillo (Autor y director del proyecto) ya recibieron con su anterior trabajo “Artefactes” el Premio Nacional al Mejor Libro Editado en Literartura Infantil y Juvenil, cuya versión teatral también fue realizada por estas compañías. Artefactes recibió el premio al Mejor Espectáculo Teatral en la categoría Infantil de Teatres de la Generalitat, Premio de la Crítica y finalista en los premios Max en las categorías de espectáculo Infantil y Escenografía ...................


El libro Museo del Tiempo fue producido dentro de un proyecto denominado Percursos, organizado por el Centro Cultural de Belem y Co-financiado por la Unión Europea.

Ahora llega a los escenarios, convertido en espectáculo teatral, bajo la codirección de Fernando Bernues y Laura Useleti, la dramaturgia de Patxo Telleria y la interpretación de Alezx Cantó Nacho Diago y Julio Salví, dispuesto a recorrer ciudades y teatros con el fin de dar a conocer a los niños este peculiar museo enterrado bajo tierra.



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sábado, 22 de diciembre de 2007

Obra de teatro: El Museo del Tiempo

Una caja puede esconder cualquier cosa. Portillo parte de esta premisa, y de la curiosidad que producen a los ojos de los niños las cajas cerradas, para presentar cada uno de sus trabajos.

Artefactos (Kalandraka), primer libro de Portillo, ganó el Premio Nacional al Libro Mejor Editado en 2003, supongo por las bellas ilustraciones de Carmen Puchol, pero también por el extrañamiento que producía encontrar un libro dentro de una caja, acompañado de pequeñas bolas con palabras medio borradas y de unas instrucciones de uso para descifrar el funcionamiento del artilugio que el lector tenía en las manos.

El Museo del tiempo también es un libro dentro de una caja, pero no sólo eso; esconde todo lo que se pueda imaginar antes y después de abrirla. Libro objeto, nace con vocación de artefacto para contar historias y, al mismo tiempo, se construye a través de diversos objetos: un calendario, un mapa, una casa en ruinas, un reloj, un cartel, una mano, una relojería, un camino, una mesa de trabajo, un teléfono, una carta, una película, un armario escolar y una cebolla, son los objetos que participan en la historia, que narra cómo Michael Ende decidió escribir Momo, y cómo los objetos de la historia nacieron en las manos de unos niños de Castellón. El autor juega al despiste tanto en la forma como en el contenido (que pasa constantemente de la fantasía a la realidad) y por ello necesita de lectores activos, ávidos de descubrimientos y de juegos, capaces de no perderse en el abismo de sus cajas con truco.

El nuevo “artefacto” se compone de un libro, un mapa, pequeñas historias de escondites cotidianos y una posible solución: la construcción de un museo del tiempo, a base de rescatar objetos de nuestra memoria y enterrarlos a la profundidad que cada cual desee para preservarlos así de los temibles hombres grises, que no contentos con robarle el tiempo futuro y presente a los niños, lo intentan ahora con el pasado. Su vocación de artefacto para contar historias hace de Museo del tiempo un objeto que no sólo necesita ser leído, y que sitúa al lector en un espacio ambiguo entre la veracidad de lo que cuenta y la imposibilidad de que esto sea cierto. De ahí la importancia de los objetos como punto de partida de las historias: “Los objetos son la prueba de que fui testigo de esto que cuento”. Sensación que parece acrecentarse con las ilustraciones de Carmen Puchol, hechas de pequeños collages y de fotos pintadas que nos transportan de la fantasía de la historia del reloj encontrado entre los escombros de una casa en ruinas, a la realidad de los objetos que la componen y que ya forman parte del incipiente museo del tiempo.

ANNA JUAN CANTAVELLA