sábado, 22 de diciembre de 2007

Obra de teatro: El Museo del Tiempo

Una caja puede esconder cualquier cosa. Portillo parte de esta premisa, y de la curiosidad que producen a los ojos de los niños las cajas cerradas, para presentar cada uno de sus trabajos.

Artefactos (Kalandraka), primer libro de Portillo, ganó el Premio Nacional al Libro Mejor Editado en 2003, supongo por las bellas ilustraciones de Carmen Puchol, pero también por el extrañamiento que producía encontrar un libro dentro de una caja, acompañado de pequeñas bolas con palabras medio borradas y de unas instrucciones de uso para descifrar el funcionamiento del artilugio que el lector tenía en las manos.

El Museo del tiempo también es un libro dentro de una caja, pero no sólo eso; esconde todo lo que se pueda imaginar antes y después de abrirla. Libro objeto, nace con vocación de artefacto para contar historias y, al mismo tiempo, se construye a través de diversos objetos: un calendario, un mapa, una casa en ruinas, un reloj, un cartel, una mano, una relojería, un camino, una mesa de trabajo, un teléfono, una carta, una película, un armario escolar y una cebolla, son los objetos que participan en la historia, que narra cómo Michael Ende decidió escribir Momo, y cómo los objetos de la historia nacieron en las manos de unos niños de Castellón. El autor juega al despiste tanto en la forma como en el contenido (que pasa constantemente de la fantasía a la realidad) y por ello necesita de lectores activos, ávidos de descubrimientos y de juegos, capaces de no perderse en el abismo de sus cajas con truco.

El nuevo “artefacto” se compone de un libro, un mapa, pequeñas historias de escondites cotidianos y una posible solución: la construcción de un museo del tiempo, a base de rescatar objetos de nuestra memoria y enterrarlos a la profundidad que cada cual desee para preservarlos así de los temibles hombres grises, que no contentos con robarle el tiempo futuro y presente a los niños, lo intentan ahora con el pasado. Su vocación de artefacto para contar historias hace de Museo del tiempo un objeto que no sólo necesita ser leído, y que sitúa al lector en un espacio ambiguo entre la veracidad de lo que cuenta y la imposibilidad de que esto sea cierto. De ahí la importancia de los objetos como punto de partida de las historias: “Los objetos son la prueba de que fui testigo de esto que cuento”. Sensación que parece acrecentarse con las ilustraciones de Carmen Puchol, hechas de pequeños collages y de fotos pintadas que nos transportan de la fantasía de la historia del reloj encontrado entre los escombros de una casa en ruinas, a la realidad de los objetos que la componen y que ya forman parte del incipiente museo del tiempo.

ANNA JUAN CANTAVELLA

No hay comentarios: